Miércoles 24 de marzo del 2010

PREPAREN

Hacía apenas 72 horas que Fulgencio aún se ostentaba como un elemento de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) capitalina, pero ahora cruzaba la puerta de la dimensión desconocida del inframundo del crimen, y pasaba a ser parte de la población del Reclusorio Preventivo Norte, al ser acusado de la comisión en el delito de ataque sexual, que hoy es equiparable a violación.
Primero, llegó al área de ingreso donde ese mismo día “toco” el piano, le tomaron todas sus huellas dactilares, después la foto de rigor, tanto de frente y como de perfil pero con la espalda bien erecta para poder mostrar su estatura en la regla pintada en la pared de concreto.
Luego ingresó al Centro de Observación y Clasificación (COC), donde fue interrogado por una trabajadora social, después se le aplicaron los estudios sicológicos en cuyo resultado arrojó, que por desgracia sí era apto para convivir con los demás reos.
Luego un custodio lo llevó por los pasillos que van a dar a los dormitorios, ahí como por arte de magia ya lo esperaba un “estafeta”, era interno al servicio directo de la “mamá”, que el privilegiado que controla todo movimiento al interior de ese penal.
En sus manos ya tenía todas y cada uno de los datos de Fulgencio, su nombre, edad, estado civil, familia, delito, etcétera, y en esta ocasión le tocó a “Gustambo”, un custodio obeso color de un tambo de lámina oxidada, convertirse en su verdugo.
“Gustambo”, era güero de piel rojiza, parecida a la de esos “puerqueros” que arrían cerdos en varios lados de provincia. Su uniforme lucía desaliñado y muy apretado, incluso la camisola amenazaba con dar en cualquier momento un “botonazo”, además que sus botas permanecían desabrochadas y su cabeza lucía un casquete corto.
-¡Órale cabrones, hay les va un pitufo!, gritó.
Eso llamó la atención de los presos del dormitorio, el que para su desgracia estaba ocupado por aproximadamente 30 internos, aún cuando sus medidas no rebasaban los tres por tres metros cuadrados. A cada lado había bien distribuidos tres camarotes, en ellos descansaban los más violentos y respetados.
En contraste, en el piso, pegados de espalda, dormitaban otros, pero los más desfavorecidos de Dios se encontraban atados a los barrotes, así pernoctaban de pié todos los días, y aguardaban alguna orden de sus jefes. Los olores causados por la transpiración de tantos hombres le daban un toque nauseabundo al lugar, pues eran más de tres decenas de almas en un estrecho espació de hacinamiento.
De la mente de Fulgencio se apoderaron pensamientos de angustia y terror, sentía más temor que cuando participaba en algún enfrentamiento en las peores zonas de la capital quizá Tepito, las colonias Morelos, Vicente Guerrero, o La Marranera. Ahí estaba otra vez esa sustancia que secreta el cuerpo en situaciones de alerta por las glándulas suprarrenales. Pobre jamás imaginó lo que le esperaba…
Había gritos, silbidos y golpeteo de palos en los barrotes que lo intimidaron rápidamente, ya para entonces estaba bañado en abundante sudor, con la miraba extraviada, toda vez que por su mente corrían esa frase que muchas ocasiones escuchó decir de los viejos policías, que ahí dentro es peor que el mismo infierno, y que a los “violines”, con se les dice a los violadores, les aplican la ley del Talión, el ojo por ojo y diente por diente.
“¡Esta noche, cena para Pancho!, “¡Ja-ja- ja-ja!”, reían los reos, y a pesar de lo pequeño de la celda, increíblemente se abrió un espacio en medio para que Fulgencio comenzara a bailar, al tiempo que con unas “puntas” filosas le picaban las nalgas, pues bajo los efectos de la cocaína, los chochos, la marihuana y hasta del activo el ambiente estaba al rojo vivo.
Una voz que retumbaba en las paredes del pequeño dormitorio obligó a la concurrencia a guardar silencio: “¡Bilé, bilé, bilé!”, gritaban… ya sólo esperaban que el más depravado de todos exigiera su turno, y diera paso al “ojo por ojo”.

APUNTEN

Lo captado por los sentidos del fotógrafo mexicano Willy Sousa, en una invitación a la reconciliación con nuestro país, ello a través de miles de fotografías que muestran cada uno de los temas que conforman nuestra cultura, nuestro pueblo y nuestros símbolos patrios.
Nuestros sentidos, nuestra identidad, la pertenencia de todos los mexicanos, representan un espejo donde nos podemos asomar, y donde surge la esencia de nuestra idiosincrasia. La exposición se encuentra en el monumental museo levantado en la plancha del Zócalo capitalino, y son exhibidos dos documentales del maestro Villalpando.

FUEGO

Surgen los primeros abusos en las revisiones a automotores por parte de la policía. Hasta la próxima, con más casos En la Mira...

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